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Sus sobresaltos mayores fueron debidos a decretos reales o decisiones de los Alcaldes. Cuando se cerró el matadero viejo, no dejaron su actividad los ropavejeros ni los curtidores de las tenerías. La temprana apertura del matadero del Cerrillo del Rastro y el matadero de la parte baja de la calle de Toledo que fueron reconstruidos en la segunda parte del siglo XVII hicieron revivir el barrio con plenitud. Cuando, en el siglo XVIII, empezaron a instalarse puestos desmontables, los curtidores de la Ribera desaparecieron poco a poco, aunque no se tiene mucha documentación sobre este cambio tan importante. Se sabe que en esta época el Concejo les alejo para evitar la contaminación del río. El nuevo mercado callejero ganó el terreno al viejo mercado de carne y pieles. La venta de ropa usada siempre subsistió. En la segunda mitad del siglo XIX, los puestos desmontables se instalaron también los domingos por la mañana y cambiaron desde luego el aspecto todavía medieval del Rastro para adquirir un carácter típico, castizo y alegre que no se parecía a ningún mercado. El Rastro empezó a ser un acontecimiento festivo que los visitantes no querían perder. En la primera parte del siglo XX, al desaparecer los mataderos que habían seguido funcionando durante la semana hasta el año 1928, el comercio de los días laborables disminuyó y, en cambio, el comercio del domingo se extendió en muchas calles del barrio y atraía cada vez a más público. Desde los años 80 hasta el año 2000, por orden de los alcaldes sucesivos, se reordenó el Rastro. Se restringió la extensión del Rastro de los domingos y festivos. Los puestos permanentes de los días laborables fueron aparcados hasta su total eliminación. El mercado sobrevivió y se adaptó a duras penas a los cambios impuestos. Su público siempre acudía. Hoy en día, el Rastro sigue protegido por sus clientes que lo quieren conservar en su forma tradicional sin grandes cambios.
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Coliflores, coliflores!!
A tres cuartos el manojo de cebollas, y sin capar. |
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